miércoles, 14 de enero de 2015

#JeNeSuisCharliePas Límites en el humor




¿Límites en en humor?



El pasado día 7 de enero a las 11:30 de la mañana, un grupo islamista decidió atacar la redacción de la revista ''Charlie Hebdo'' por la publicación de caricaturas de Mahoma. El atentado mató a diez periodistas y a dos policías.


En primer lugar, el humor acaba cuando alguien se siente ofendido, es verdad que no justifica el atentado y que si de verdad creen en su Dios, no habrían hecho esto; porque también es una forma de ofenderlo.


Además, pienso que hay que detener el terrorismo y, si para ello hay que censurar la libertad de expresión; habrá que hacerlo.


Por último, si hicieran algo parecido contra la religión católica, quizás no se hubieran producido estos actos; ya que el papa Francisco ha anunciado que los que se dedican al terrorismo no están en comunión con Dios.


En resumen, que hay que poner límites al humor cuando alguien se ofende, porque no es lo mismo tener gracia que hacerse el gracioso.



martes, 13 de enero de 2015

#poema27 Beso

¡Qué sola estabas por dentro!

Cuando me asomé a tus labios
un rojo túnel de sangre,
oscuro y triste, se hundía
hasta el final de tu alma.

Cuando penetró mi beso,
su calor y su luz daban
temblores y sobresaltos
a tu carne sorprendida.

Desde entonces los caminos
que conducen a tu alma
no quieres que estén desiertos.

¡Cuántas flechas, peces, pájaros,
cuántas caricias y besos!

Altolaguirre, Manuel

 

 

#poema27 Antes

A mi madre.

Hubiera preferido
ser huérfano en la muerte,
que me faltaras tú
allá, en lo misterioso,
no aquí, en lo conocido.

Haberme muerto antes
para sentir tu ausencia
en los aires difíciles.

Tú, entre grises aceros,
por los verdes jardines,
junto a la sangre ardiente,
continuarías viviendo,
personaje continuo
de mi sueño de muerto.

Altolaguirre, Manuel

 

 

#poema27 Blancura

Espina tú oído blanco
Mundo mundo
inmensidad del cielo calor remotas tempestades
Universo tocado con la yema
donde una herida abierta
ayer fue abeja hoy rosa ayer lo inseparable
Soy tú rodando entre otros velos
silencio o claridad tierra o los astros
soy tú yo mismo, yo, soy tú, yo mío,
entre vuelo de mundos bajo el frío
tiritando en lo blanco que no habla
separado de mí como un cuchillo
que separa dos rosas cuando nieva

Aleixandre, Vicente

 


#poema27 Adiós al poeta Rafael Melero

No hay que llorarte, Melero.
Fuera llantos. Lo que quiero
es patear,
gritar que está muy mal hecho
—¡no hay derecho, no hay derecho!—
y no llorar.

Juntó tu esencia secreta
la vida, y creó un poeta:
un corazón,
que en ensueño se doblaba
y en clara estela dejaba
su sazón...

No se forja así un poeta
para hacerle la peseta,
y como en un
juego estúpido y malvado,
romper lo más delicado
al tuntún.

¿Qué bestia gris burriciega
trota idiota, y te nos siega
al trompicón?
¿qué negro toro marrajo
te metió ese golpe bajo,
a traición?

No lloro por ti, Melero
(mira mis ojos): yo quiero
protestar,
gritar que es un asco, ea,
y maldecir —a quien sea—,
y no llorar.

Alonso, Dámaso

 

 

#poema27 ¡Ay terca niña!...

¡Ay, terca niña!
Le dices que no al viento,
a la niebla y al agua:
rajas al viento,
partes la niebla,
hiendes el agua.
Te niegas a la luz profundamente:
la rechazas,
ya teñida de ti: verde, amarilla,
- vencida ya - gris, roja, plata.

Y celas de la noche,
la ardua
noche de horror de tus entrañas sordas.

Cuando la mano intenta poseerte,
siente la piel tus límites:
la muralla, la cava
de tu enemiga fe, siempre en alerta.

Nombre te puse, te marcó mi hierro,
«cáliz», «brida», «clavel», «cenefa», «pluma»...
(Era tu sombra lo que aprisionaba.)
Al interior sentido
convoqué contra ti. Y, oh burladora,
te deshiciste en forma y en color,
en peso o en fragancia.
¡Nunca tú: tú, caudal, tú, inaprehensible!

¡Ay, niña terca!
¡Ay, voluntad del ser, presencia hostil,
límite frío a nuestro amor! ¡Ay turbia
bestezuela de sombra,
que palpitas ahora entre mis dedos,
que repites ahora entre mis dedos
tu dura negativa de alimaña!

Alonso, Dámaso

 

 

 

 

#poema27 Dans ma péchine


Quiero vivir cuando el amor muere;
muere, muere pronto, amor mío.
Abre como una cola la victoria purpúrea del deseo,
aunque el amante se crea sepultado en un súbito otoño,
aunque grite:
Vivir así es cosa de muerte.

Pobres amantes,
clamáis a fuerza de ser jóvenes;
sea propicia la muerte al hombre a quien mordió la vida,
caiga su frente cansadamente entre las manos
junto al fulgor redondo de una mesa con cualquier triste libro
pero en vosotros aún va fresco y fragante
el leve perejil que adorna un día al vencedor adolescente.
Dejad por demasiado cierta la perspectiva de alguna nueva tumba solitaria.
Aún hay dichas, terribles dichas a conquistar bajo la luz terrestre.

Ante vuestros ojos, amantes,
cuando el amor muere,
vida de la tierra y la vida del mar palidecen juntamente;
el amor, cuna adorable para los deseos exaltados,
los ha vuelto tan lánguidos como pasajeramente suele hacerlo
el rasguear de una guitarra en el ocio marino
y la luz del alcohol, aleonado como una cabellera;
vuestra guarida melancólica se cubre de sombras crepusculares
todo queda afanoso y callado.

Así suele quedar el pecho de los hombres
cuando cesa el tierno borboteo de la melodía confiada,
y tras su delicia interrumpida
un afán insistente puebla el nuevo silencio.

Pobres amantes,
¿de qué os sirvieron las infantiles arras que cruzasteis,
cartas, rizos de luz recién cortada, seda cobriza o negra ala?

Los atardeceres de manos furtivas,
el trémulo palpitar, los labios que suspiran,
la adoración rendida a un leve sexo vanidoso,
los ay mi vida y los ay muerte mía,
todo, todo,
amarillea y cae y huye con el aire que no vuelve.

Oh, amantes,
encadenados entre los manzanos del edén,
cuando el amor muere,
vuestra crueldad; vuestra piedad pierde su presa,
y vuestros brazos caen como cataratas macilentas,
vuestro pecho queda como roca sin ave,
y en tanto despreciáis todo lo que no lleve un velo funerario,
fertilizáis con lágrimas la tumba de los sueños,
dejando allí caer, ignorantes como niños,
la libertad, la perla de los días.

Pero tú y yo sabemos,
río que bajo mi casa fugitiva deslizas tu vida experta,
que cuando el hombre no tiene ligados sus miembros
por las encantadoras mallas del amor,
cuando el deseo es como una cálida azucena
que se ofrece a todo cuerpo hermoso que fluya a nuestro lado,

cuánto vale una noche como ésta, indecisa
entre la primavera última y el estío primero,
este instante en que oigo los leves chasquidos del bosque
nocturno. Conforme conmigo mismo y con la indiferencia
de los otros,
solo yo con mi vida,
con mi parte en el mundo.

Jóvenes sátiros
que vivís en la selva, labios risueños
ante el exangüe Dios cristiano,
a quien el comerciante adora para mejor cobrar su mercancía

pies de jóvenes sátiros,
danzad más presto cuando el amante llora,
mientras lanza su tierna endecha
de: Ah, cuando el amor muere.
Porque oscura y cruel la libertad entonces ha nacido;
vuestra descuidada alegría sabrá fortalecerla,
y el deseo girará locamente en pos de los hermosos
cuerpos que vivifican el mundo un solo instante. 

Cernuda, Luis

 

 

 

 

 

 

#poema27 Las islas

Recuerdo que tocamos puerto tras larga travesía,
y dejando el navío y el muelle, por callejas
(entre el polvo mezclados pétalos y escamas),
llegué a la plaza, donde estaban los bazares.
Era grande el calor, la sombra poca.

Con el pecho desnudo iba, distraído
como si familiares fuesen la villa y sus costumbres,
y miré en un portal al mercader de sedas
que desplegaba una, color de aurora, fría a los ojos,
sintiendo sin tocarla la suavidad escurridiza.
Ante un ciego cantor estuve largo espacio,
único espectador, y parecía cantar para mí solo.
Compré luego a una niña un ramo de jazmines
amarillentos, pero en su olor ajado tuvo alivio
la dejadez extraña que empezaba a aquejarme.

Desanudada la faja en la cintura,
unos muchachos que pasaban, reían,
volviendo la cabeza. Acaso me creyeron
Ebrio. Los ojos de uno de ellos eran
como la noche, profundos y estrellados.

La humedad de la piel pronto se disipaba
por el aire ardoroso, a cuyo influjo
mi pereza crecía. Me detuve indeciso,
acariciando el cuerpo, sintiendo su tibieza
lisa, como si acariciara un cuerpo ajeno.

Seguí, por parajes nunca vistos,
mas presentidos, igual a quien camina
hacia cita amistosa. Deponía la tarde
su fuerza, cuando al fin quise
buscar reposo ante un umbral cerrado.

Era un barrio tranquilo. Mis párpados pesaban
(acaso dormí mucho), y al abrirlos de nuevo
ya el sol estaba bajo en el muro de enfrente.
Una presencia ajena pareció despertarme,
porque al volver la cara vi una mujer, y sonreía.

Como si de mi anhelo fuese proyección, respuesta
ante demanda informulada, me miraba, insegura;
aunque yo nada dije, con gesto silencioso,
invitándome adentro, me tomó de la mano.
La seguí, con recelo más débil que el deseo.

La sala estaba oscura (ya caía la tarde).
Sobre la estera había almohadas, un cestillo
anidando manojos de magnolias mojadas,
de excesiva fragancia. filtró la celosía
unas palabras de la calle: «Le encontraron muerto».

Las pensé referidas a un camarada,
quizá presagio de mi sino. Pero ella,
atrayéndome a sí, sobre la alfombra
el ropaje tiró, como cuchillo sin la vaina,
fría, dura, flexible, escurridiza.

Mis manos en sus pechos, su cintura
quebrarse pareció al extenderme sobre ella,
y en el silencio circundante, al ritmo
de los cuerpos, oí su brazalete,
queja del ave fabulosa que escapaba.

La oscuridad llenó la sala toda
cuando saciado y satisfecho quise irme.
En la puerta (ella como mi sombra me seguía),
al cruzar su dintel, sentí que entre mis dedos
quedaba el brazalete, ahora inerte y mudo.

Mucho tiempo ha pasado. No aceptara
revivir otra vez esta existencia.
Mas no sé qué daría por sólo aquel instante
revivirlo. Bien sé que apenas tengo con qué tiente
al destino, ni el destino tentarse dejaría.

Cuando el recuerdo así vuelve sobre sus huellas
(¿no es el recuerdo la impotencia del deseo?).
Es que a él, como a mí, la vejez vence;
y acaso ya no tengo lo único que tuve:
Deseo, a quien rendida la ocasión le sigue.

Cernuda, Luis


lunes, 12 de enero de 2015

#poema27 Estoy cansado

Estar cansado tiene plumas,
Tiene plumas graciosas como un loro,
Plumas que desde luego nunca vuelan,
Mas balbucean igual que loro.

Estoy cansado de las casa,
Prontamente en ruinas sin un gesto;
Estoy cansado de las cosas,
Con un latir de seda vueltas luego de espaldas.

Estoy cansado de estar vivo,
Aunque más cansado sería el estar muerto;
Estoy cansado del estar cansado
Entre plumas ligeras sagazmente,
Plumas del loro aquel tan familiar o triste,
El loro aquel del siempre estar cansado.

Cernuda, Luis