martes, 17 de marzo de 2015

Comentario crítico del texto "El Negro"

Creo que la alumna alemana no debería haber compartido su bandeja con el chico, o haberle preguntado qué hacía en su sitio.

Pienso que el chico africano fue muy educado al dejarle comer de su bandeja, ya que la había pagado él. Pero la chica alemana no tuvo la inteligencia de haberle dicho que por qué estaba comiendo en su plato.

Estoy de acuerdo con la actitud muestra la chica alemana frente al chico subsahariano de compasión y misericordia, porque muestra que una persona buena. Aunque hay personas que la habrían tratado con inferioridad, y eso no me parece justo.

Mi opinión personal es que no hay que tratar con compasión a alguien por ser negro. Tengamos misericordia, a nadie nos gustaría que lo hicieran con nosotros. Por otro lado, comprendo que todo el mundo se puede equivocar, pero nunca debemos hacerlo a drede.

Aquí está el artículo.

El negro

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: "Pero qué chiflados están los europeos".



Rosa Montero, EL PAÍS.

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